R. J. DISTRICT TEN -P. 5-

Los días siguientes mi rutina cambió, ya no deambulaba por el distrito ni me quedaba hasta tarde metida en la cama por no tener nada que hacer, ahora, después de haber prometido a Jonathan que acudiría a los "entrenamientos", cada día iba a su casa a primera hora de la mañana. Su padre y él me acogían con los brazos abiertos. Las primeras veces que les vi entrenar me resultó incómodo y extraño, realizaban muchos movimientos que desconocía y tenían una fuerza considerable.
Lo primero que me enseñaron fueron las partes del cuerpo donde se puede hacer más daño al golpear, dependiendo si esa persona es un hombre o una mujer. Después, en un ataque cuerpo a cuerpo, si conseguían derribarme, consiguieron hacerme entender que la pelea no estaba perdida aunque estuviera en el suelo, pues hay bastantes maneras de invertir el resultado.
-¡Nunca te des por vencida, Rebecca! -Me decía el padre del chico mientras Jonathan me tenía de cara al suelo, con una rodilla en mi espalda y sujetándome las muñecas con la mano derecha. Yo forcejeaba sin obtener ningún resultado, su agarre era fuerte y, aunque no paraba de moverme, su presión era la misma.
-¡No puedo!
-Siempre hay una manera. -Moví las manos lentamente, tratando de soltar una. Los dedos de Jonathan resbalaron de mi muñeca derecha. Solté la mano y, rápidamente, empujé la rodilla con el codo, tratando de mover también el cuerpo entero, hasta que el muchacho se desequilibró y pude levantarme. El padre soltó una carcajada y dio una palmada.- ¿Ves? Te lo dije. -Hasta nosotros llegó un grito.- Seguid practicando, ahora vuelvo. -Salió del cobertizo y se reunió con su esposa, quien le esperaba en el porche de la casa.

El chico se levantó del suelo, limpiándose la ropa de la suciedad.
-Estas aprendiendo rápido.
-Pero no es suficiente. -Dije resoplando, sentándome en el taburete donde momentos antes estaba Jacobo. Me pasé una mano por el enmarañado cabello y miré al muchacho, quien estaba sonriendo, como siempre.
-Poco a poco, aún queda tiempo. Además, esto es lo básico, tu punto fuerte no es la fuerza ni la lucha, sino la rapidez y tu puntería. Si te mantienes alejada, escondida y con algún arma arrojadiza tienes posibilidades. -Se acercó a mí y se agachó delante, ensanchando su sonrisa. Me mantuve seria, con la mirada fija en sus ojos hasta que finalmente la aparté y solté un suspiro.
-Quedan unas pocas semanas para la Cosecha.
-No pienses en eso. -Me dio un golpe en el hombro.- Ven, vamos a practicar. -Me levanté del asiento y volvimos al entrenamiento.
Jonathan esperó a que diera el primer paso, me lancé contra él, pero en seguida, me tenía agarrada del cuello con el antebrazo derecho y el otro brazo me sujetaba la cabeza. Me presionaba la garganta para tratar de dejarme sin aire. Comencé a ponerme nerviosa a cada segundo que pasaba, traté de aflojar la presión de sus brazos utilizando las manos pero me era imposible.
-Relájate, mente fría, si te pones nerviosa perderás el aire antes. Piensa, utiliza el entorno. -Mis ojos recorrieron todo lo que allí había, pero no encontraba nada que pudiera ayudarme. Traté de echarme hacia atrás hasta que su espalda golpeó una estantería. El chico soltó un gruñido pero no aflojaba la presión. A medida que le apretaba contra la estantería le iba pegando golpes en los costados con los puños cerrados. Jonathan utilizó el brazo izquierdo para tratar de cogerme los brazos. Aproveché el momento para escabullirme de su otro brazo y alejarme, recobrando el aliento poco a poco. Pero Jonathan no estaba satisfecho y la pelea no había terminado. Se lanzó hacia mí con toda su fuerza y me placó, tirándome al suelo y poniéndose sobre mí. Sus manos me agarraron los brazos y presionó mis piernas con las suyas. Sus ojos encontraron los míos. Fruncí el ceño y me retorcí para soltarme cuando ambos miramos hacia la puerta del cobertizo.
-¿De verdad estáis entrenando? Porque no lo parece. -La hermana mayor de Jonathan, Marcia, nos miraba con una media sonrisa en los labios y los brazos cruzados sobre el pecho. El chico se sonrojó intensamente, se separó de mí y se puso de pie en seguida, tratando de disimular su rubor.
-Estamos entrenando, Marcia, y estábamos en medio de una pelea. ¿A que has venido?
-Papá me ha dicho que entréis, se va a poner a llover y va a cerrar el cobertizo. -Antes de girarse, nos echó una mirada rápida y se fue. Yo, que aún seguía tirada en el suelo, me levanté con ayuda del chico y sacudí mis ropajes. Ambos salimos y observamos el ennegrecido cielo. Las nubes lo cubrían todo y anunciaban una inminente lluvia. Caminamos en silencio hasta la entrada de su casa y nos quedamos sentados en el banco que tenían en el porche. En cuestión de minutos comenzó a llover.
Las gotas de lluvia pronto embarraron todo el prado que teníamos delante, si no amainaba, el camino a casa iba a ser interesante.
Lydia nos trajo una bebida y nos dejó solos, llevándose con ella a las pequeñas hermanas del chico que trataban de espiarnos. Los dos nos mantuvimos callados, bebiendo a pequeños tragos el líquido. Sin necesidad de mirarle directamente, sabía que me estaba mirando. Le observé de reojo, alzando una ceja.
-¿Qué? -Pregunté. Soltó una carcajada y bebió de su taza.- No, dí, venga. ¿Qué pasa?
-Que me hace gracia, nada más.
-¿El qué? -Fruncí el ceño.
-Que hace apenas un mes te negabas casi a hablarme, no querías ni verme. Y ahora estás aquí, tras un entrenamiento, compartiendo una taza caliente de leche. Poco a poco te vas ablandando.
El chico tenía razón. Cada día que pasaba me sentía más a gusto a su lado, ya no solía contestarle de manera borde o distante, y conseguía hacerme reír. Junto a él no me deprimía ni me metía en líos, todo había que decirlo. Aparté la vista de él, aunque seguramente siguiera mirándome y sonriendo.
-Bueno, me dabas penas. -Se atragantó con el último sorbo que dio y comenzó a reírse, incluso a mí se me escapó una pequeña sonrisa.
-¿Pena? -Se rió.- Mira que eres mala conmigo, siempre me lanzas pullas. Puede que un día me enfade y me eches de menos.
-No creo.
-¿No crees? ¿No me echarías de menos? ¿Ni un poquito? Como puedes comprobar soy un amor de chico, algo te importaré -Me dio varias veces con el dedo en el hombro.- Anda, gruñona, dí la verdad.
-No. -Soltó un bufido y me sacó la lengua.
-Borde.
-No es ser borde, sino misteriosa. Si te lo cuento todo, ¿qué interés ibas a tener en mí? -Dije, esbozando una sonrisa. Le miré, pero él no sonreía.
-No necesitas ser misteriosa para interesarme. -Mis mejillas tomaron un leve color rosado.- Desde que te vi me pareciste interesante. -Aparté la mirada de él, terminé la taza y me levanté. El chico alzó los ojos hacia mí.
-¿A dónde vas?
-A casa, se hace tarde y no amaina. -Jonathan frunció el ceño, se incorporó y me miró.- Nos vemos mañana, ¿vale? Dale las gracias a tu madre por la leche.-Me dispuse a bajar las escaleras del porche cuando me agarró del brazo.
-¿He dicho algo que te molestara? -Me giré hacia él, esbocé una leve sonrisa y negué.
-Para nada, te lo juro. -Aunque no estaba muy convencido con mi respuesta, me soltó lentamente el brazo y dejó que me fuera.
Me interné bajo la lluvia, atravesando el embarrado campo, corriendo todo lo rápido que podía a la vez que trataba de no resbalar. Salté la valla que separaba la finca de Jonathan del camino que llevaba a mi casa. Recorrí el sendero, atravesé los matorrales y llegué hasta mi jardín. Alcé los ojos, mi ventana estaba cerrada, así que me dirigí a la puerta trasera de la casa. La abrí y pasé al interior, dejando un rastro de barro y agua por el suelo. Me quedé parada, me desaté las botas y las cogí. Me dirigí hacia la cocina con cuidado, tratando de no hacer ruido, sin embargo, me quedé parada. Allí, sentado en la silla de la cocina, estaba Ethan, con el cabello ligeramente mojado y vestido con una chaqueta vaquera y unos pantalones negros.
-¿Ethan? -Pregunté con sorpresa. El chico se giró hacia mí y se levantó.
-Rebecca... -Carraspeó y se pasó una mano por el cabello, peinándolo.- Hola.
-¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?
-Tu padre me abrió, me dijo que no estabas pero que podía esperarte dentro. -Aparté la mirada de él y coloqué los empapados zapatos delante de mi pecho, ya que tenía la camiseta pegada al torso.
-Pues me has encontrado, ¿qué quieres?
-Mi madre preguntaba por ti. -Aún sin mirarle, me dirigí a las escaleras para subir a mi habitación.
-Estoy perfectamente, dale las gracias. -Al pasar por su lado, Ethan me agarró del brazo y me paró, haciendo que del pequeño tirón tirara una bota al suelo, manchando éste de barro. Me giré hacia él con la intención de soltar alguna palabra malsonante, pero su rostro estaba tan cerca del mío que las palabras se me atragantaron.
-También he venido porque quería verte, siento haberte evitado cuando estabas enferma. No soportaba verte en aquel estado como tampoco he soportado que no hayas intentado saber de mí en semanas. -Fruncí el ceño, procesando lo que me había dicho.
-¿Perdona? ¿Acaso tengo yo que andar detrás de ti? -Me solté de él y recogí el calzado.- Me abandonaste cuando más necesitaba compañía, mereces que no te hable, así que por favor, vete de mi casa y procura que no te de la puerta al salir. -Traté de volver a escabullirme, pero volvió a agarrarme. Aunque esta vez tenía la intención de insultarle, su boca silenció la mía.
Su aliento era cálido, sus labios suaves y su sabor, indescriptible. Era la primera vez que me daban un beso. Al principio me mantuve rígida, sorprendida, con los ojos abiertos como platos y las mejillas enrojecidas intensamente. Quería apartarme de él, pedirle explicaciones y echarlo de mi casa, pero otra parte de mí gritaba que me aferrara a él y me dejara llevar. Sin embargo, pasados unos minutos, Ethan se separó de mí y me observó con detenimiento, ya que me había quedado de piedra.
-Lo siento. -Dijo casi susurrando, se volvió a toquetear el pelo y se dirigió a la puerta. Mis ojos le siguieron, solté la otra bota, pues mis dedos fallaron, y salí corriendo detrás de él.
-¡Ethan! -Exclamé. El chico se dio la vuelta y clavó sus ojos en mi. Aquella mirada verdosa aceleraba mi corazón y me quitaba el aliento. Poco a poco sus labios fueron formando una sonrisa, se acercó a mí lentamente, temeroso de que saliera corriendo en dirección contraria. Alzó la mano y acarició mi mejilla derecha mientras agachaba el rostro. Sus labios, ahora de manera suave, rozaron los míos, sintiendo su aliento en ellos, y los fundimos en un lento beso. Cerré los ojos, escuchando el rápido bombeo de mi corazón y notando el temblor en las manos. Su mano izquierda se aferró a mi cintura para acercar mi cuerpo al suyo mientras yo, inexperta, trataba de apoyar las manos en su pecho para que no estorbaran entre nosotros.
Su boca exploraba la mía, recorriendo cada milímetro para conocerla a fondo. Su dedos me acariciaban el rostro lentamente, eran suaves y estaban ligeramente frío en comparación con la temperatura de mi rostro. Poco a poco, separó sus labios de los míos, apoyó la frente en la mía y me apartó un mechón de pelo húmedo del rostro. Soltó una leve risa y se separó unos centímetros.
-Debería irme. -Asentí con la cabeza, pues las palabras no salían. Me dio un último y corto beso, y salió de casa, corriendo bajo la lluvia hacia la suya. Me quedé en el umbral mirándole hasta que su silueta desapareció.
-¡Menuda pocilga! ¡Rebecca! ¡Ven aquí ahora mismo y limpia este estropicio! -Gritó mi padres desde la cocina. Sacudí la cabeza, volviendo a la realidad y cerré la puerta. Con la cabeza gacha, entré en la cocina y recogí las botas, dejándolas en el fregadero, agarré un trapo y limpié del suelo el barro y el agua. Mi padre estaba de pie junto a mi, de brazos cruzados, con el ceño fruncido y una expresión agria en el rostro.- No soy tu esclavo, no voy a ir limpiando a tu paso. -Me levanté de un salto, tiré el trapo al suelo y le miré.
-¡Basta ya! Estoy hasta las narices de que me eches la culpa a mí de todo. Sé que no soy el hijo que esperabas, que preferirías que Dorian hubiera vivido o que ocupara mi lugar, pero no es así, asúmelo. Tu querido hijo y tu esposa están muertos, la familia está en la ruina por tu culpa y yo no voy a aguantar más órdenes, palizas e insultos de un viejo borracho que no ha sabido superar de muerte de un ser querido. -Le pegué un empujón y continué gritando.- He pasado por cosas peores que tú y aquí sigo. No vuelvas a dirigirte a mí de esa manera nunca, porque ya no lo consiento más. -Me giré y comencé a subir las escaleras.- ¡Tu deberías haber muerto y no mamá! -Grité desde lo alto, metiéndome rápidamente en mi habitación y cerrando la puerta de un portazo. Me apoyé en ella y respiré hondo, las piernas me temblaban y estaba segura que pagaría las consecuencias de lo que había dicho tarde o temprano, aunque, de momento, le había dejado sorprendido por mi reacción. Sonreí, satisfecha y me senté en el suelo.
Me quedé unos segundos sin moverme cuando sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. Me levanté y me quité la ropa húmeda, dejándola sobre el baúl que tenía, y saqué otra seca para evitar un resfriado. Una vez que estuve vestida, me tumbé en la cama y sonreí, tocándome los labios con la yema de los dedos.
Seguía sin creerme que Ethan me hubiera besado de aquella manera tan apasionada y ni se me había pasado por la cabeza que le importara tanto. Desde el momento en que le vi me gustó pero dudaba que tuviera posibilidades con él. Me tapé la cara con las manos y solté una carcajada. Nunca me había sentido tan ilusionada, tan viva.
Al cabo de unas horas la tormenta pareció amainar, las gotas de agua ya no golpeaban la techumbre de mi casa con fuerza y parecía que el sol de la tarde quería abrirse paso entre las nubes. Me había pasado todo el rato limpiando las botas de barro y dejándolas impecables cuando lanzaron una pequeña piedra contra mi ventana. Me incorporé y observé a través del cristal. Jonathan estaba en mi jardín, con el pelo mojado y abrigado con una gruesa chaqueta. Me saludó con la mano e hizo señas para que estuviera atenta. Quité el pestillo y abrí la ventana.
-¿Qué haces? -Dije, elevando el tono para que me oyera.
-¡Observa! -Se dirigió al árbol que había en mitad de mi jardín, poco a poco y con cierta torpeza, comenzó a subir por el tronco. Apreté las manos en el marco de la ventana y observé como iba avanzando. El chico consiguió subir a la rama que llevaba a mi ventana y que descansaba, en gran parte, sobre mi tejado. Caminó con mucho cuidado, pues estaba húmedo, hasta que se apoyó en frente de mí y sonrió.- ¡Tachán! ¿A que he mejorado? -Me separé y aplaudí.
-Tienes un diez. -Soltó una carcajada y pasó al interior cuando me aparté.
-Gracias, gracias, ha sido todo un placer realizar esta exhibición. -Volvió a reír y me miró.- Molaría más hacerlo en los árboles que hay fuera del distrito, en la parte oeste hay un bosque increíble. Seguro que allí mejoraría aún más.
-¿La parte oeste? -Repetí. Recordé cuando toqué la alambrada y no hubo chispazo, delante de mi había un bosque.- Podemos ir. -Sentí que Jonathan retrocedía, borrando la sonrisa del rostro.
-¿Qué?
-¡Sí! -Carraspeé y bajé la voz.- Hace un tiempo descubrí que algunos alambres de la valla no están electrificados, podríamos pasar y recorrer el bosque. Imagínate lo que podemos llegar a encontrar. ¡Puede que haya otras ciudades! -Le miré, ilusionada por la idea que se me había ocurrido. Sin embargo, al principio, el chico no estaba seguro.
-Puede ser peligroso.
-¡Están ocupados con vigilar los mataderos! ¿Qué me dices? ¿Vamos? -Jonathan dudó, pensando en las consecuencias de aquel acto si llegaban a descubrirnos. Sin embargo, vi en sus ojos una chispa de curiosidad que le hizo sonreír y asentir.
-Está bien, vayamos.
Atrás dejamos mi casa, la zona de pastos y cruzamos fincas para llegar al final del distrito. Las alambradas se alzaron frente a nosotros. Miramos alrededor antes de acercarnos a ella, le sonreí de lado y me aproximé. Sentí como Jonathan se tensaba a mi lado y apretaba los puños. Acerqué la mano lentamente a uno de los alambres, vacilé unos segundos antes de tocarlo cuando oímos un grito. Ambos nos giramos de un salto, nos miramos, extrañados, y nos fuimos acercando hacia los edificios más próximos: los almacenes. Nos quedamos agachados tras unas cajas de madera que estaban apiladas junto a la puerta de salida de uno de ellos y observamos a tres Agentes de la Paz, porras en mano, golpeando a un pobre hombre mientras le acusaban de haber intentado robar. Apreté las manos en la madera y me mordí el labio, Jonathan me cogió de los hombros y se acercó a mi oído.
-No puedes hacer nada. -Susurró. Eso ya lo sabía pero quería ayudarle. De pronto, mis ojos se abrieron de par en par al ver salir a Azir del mismo almacén.
-¡Volved al trabajo! Yo me encargo de este. -Con esa orden, los tres Agentes dejaron de darle una paliza y volvieron dentro del edificio, cerrando la puerta tras ellos. Azir se agachó junto al hombre y trató de ponerle en pie.
-¡Rebecca! -Susurró Jonathan a mi lado, intentando agarrarme del brazo. Me levanté, sin importar que el Agente me viera, y avancé hacia ellos. El muchacho alzó los ojos hacia mí y se quedó quieto, sorprendido de verme allí. A pesar de su mirada, traté de ayudarlo para poner al hombre en pie. Jonathan también salió de nuestro escondite y se acercó a nosotros, relevando a Azir en su puesto para llevarlo entre los dos. El Agente de la Paz me agarró del brazo un instante y me impidió avanzar. Mi amigo apoyó todo el peso del hombre en él y comenzó a andar para llevarlo a su casa.
Me giré hacia el Agente, aunque no le miraba directamente.
-No deberías espiar a los Agentes de la Paz, pequeña, no después de lo que te pasó la última vez. -Me mantuve callada, sin mirarle. Imponía demasiado respeto. El hombre me observó desde su altura, me alzó el rostro y esbozó una sonrisa, que, ciertamente, parecía sincera.- Me alegra ver que te recuperaste. -Me pellizcó la mejilla y se dirigió a la puerta.- Cuídate.
Azir volvió al interior del almacén y yo corrí para alcanzar a Jonathan. Entre los dos, llegamos a la casa de aquel hombre y lo dejamos a buen recaudo. Sin apenas cruzar palabras, volvimos a casa y nos despedimos.
Los días pasaron, poco a poco, se me iban quedando los pasos de lucha, había aprendido a lanzar cuchillos a objetivos en movimiento con bastante precisión y había vuelto a ver a Ethan varias veces. Sin embargo, la Cosecha se acercaba y mi nerviosismo aumentaba. Temía ser escogida. Jonathan trataba de quitar aquellos pensamientos de mi mente pero cuando estaba sola mi imaginación se volvía retorcida.
En un abrir y cerrar de ojos llegó el día anterior a la Cosecha, no había quedado con Jonathan, ya que él querría disfrutar el día con su familia y yo con la mía. El cielo estaba nuboso, anunciaba lluvia, aunque había buena temperatura. Después de haber recogido un gran ramo de flores silvestres de los pastos y prados del distrito, me dirigí hacia el cementerio para reunirme con mis seres queridos. Caminé entre las tumbas hasta encontrar las de mi madre y mi hermano. Me paré delante, observando su simplicidad y sus nombres; me arrodillé y coloqué la mitad de las flores sobre una y la otra mitad sobre la otra. Cerré los ojos y traté de relajarme, de sentirles, pero estaban demasiado lejos de mí.
Abrí los ojos, los notaba llorosos. No quería llorar, pero tampoco iba a impedirlo, realmente lo necesitaba.
-Oh, mamá, ojalá estuvieras aquí. Te echo de menos. No sabes cuanto. -Acaricié las letras con la yema de los dedos.- ¿Por qué te fuiste, mamá? ¿Por qué me dejaste sola? No puedo con todo esto, soy demasiado débil... -Solté un sollozo y me pasé las manos por la cabeza.- No puedo, mamá, no puedo, tengo pánico. No quiero que llegue mañana. -Las lágrimas empapaban mis mejillas y mis pantalones.- Si mañana salgo elegida... yo... no sé que hacer, soy... débil...
-Eres fuerte, Rebecca. -Me levanté de un salto al oír la voz. Me giré hacia ella, observando a Jonathan, de brazos cruzados detrás de mí. Fruncí el ceño y apreté los puños.
-¿¡Qué haces aquí!? ¿Estabas espiando? ¡Vete! -Grité con los sentimientos a flor de piel, pero el chico no retrocedió, sino que avanzó hacia mí.- ¡Largo! No quiero verte, ¡fuera! -Traté de apartarlo de mí con toda la fuerza que tenía en ese momento, pero era imposible. Me envolvió entre sus brazos y me estrechó contra su pecho, acariciando mi cabeza con su mano izquierda. Intenté revolverme.- ¡Déjame! ¡Déjame! -Repetí, pero hacía caso omiso a mis gritos. Poco a poco me fui relajando y, sin darme cuenta, comencé a llorar mientras me acunaba.
-No puedo llegar a entender por lo que has pasado, pero sé que si has conseguido superarlo es la única prueba que necesitas para saber que eres fuerte. Nunca lo olvides, ¿vale?
Asentí con la cabeza, pues no me atrevía a hablar. Contuve la respiración un momento para después soltarla en un resoplido.
Nos quedamos en absoluto silencio, Jonathan me acariciaba con ternura mientras yo dejaba lentamente de llorar, estar a su lado me reconfortaba y, en mi mente, le daba las gracias por haber venido. Aún tenía pánico al día de mañana, pero me enfrentaría a él, como siempre. Tenía 35 papeles con mi nombre en aquella urna pero no era la única, no iba a salir elegida. estaba segura de ello. Mañana, la suerte estaría de mi parte.

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